Erling y Julie Tambs fueron dos jóvenes noruegos que en 1928 emprendieron la aventura extraordinaria de dar la vuelta al mundo en un viejo cúter de madera de apenas doce metros, el Teddy, sin sextante ni barómetro y sin remota idea sobre los rudimentos más básicos del arte de marear. Conformaban una pareja de un arrojo inhabitual: ella dio a luz cuando llegaron a Canarias, pero al cabo de quince días partieron sin demora con el bebé hacia la travesía del Atlántico. Su aventura habría de terminar abruptamente tres años después en las Tonga tras ser arrastrados por una galerna contra un arrecife a flor de agua. Salvaron el pellejo de milagro, y con el tiempo Erling acabaría dando a la imprenta un hermoso libro, The Cruise of the Teddy, en el que cuenta su fascinante periplo. El libro de Tambs tuvo una difusión modesta, pero la casualidad hizo que encontrase un ejemplar en un viejo barco inglés que un amigo adquirió hace algunos años.
La sorpresa surgió al descubrir que Erling, en un libro de apenas doscientas páginas, dedica varias a Galicia.
Una
galerna les obligó, viniendo de Le Havre, a recalar en Cedeira.
La descripción
que hacen de aquella aldea gallega de 1928 no tiene desperdicio. El loco
escandinavo describe con lenguaje alucinado un paisaje de carros de bueyes y
gente descalza, de una pobreza que le impacta, un lugar donde las alcantarillas
del pueblo, dice, ciertamente no debían haber cambiado mucho desde la Edad
Media, donde los animales domésticos se mueven a su antojo y cerdos, perros,
gallinas y burros entran y salen de las casas como si fuese la cosa más natural
del mundo. Uno percibe que Erling ya no se siente en Europa, a unos cientos de
millas de su casa, sino en un lugar remoto de gente extraña que, eso sí, repite
todo el día "buenos días" o "buenas tardes". Dos días
después, los Tambs arriban al puerto de A Coruña, a la que, en un extenso
capítulo, describen como una ciudad moderna, elegante, con periódicos que se
hacen eco de su aventura, y que deben abandonar con mucha pena después de hacer
un montón de amigos. Tambs no era un filósofo ni ensayista, así que no consigna
ni una sola reflexión sobre el hecho de que apenas unas horas de navegación
separasen realidades tan desparejas, pero uno cree percibir entre líneas el
asombro de aquel joven navegante ante el misterio de ese territorio llamado
Galicia. Más exótico que las Tuamotu, tan moderno como Oslo. Casi un siglo
después, a esa dicotomía no hay ciencia estadística que le eche mano. Todo está
en el aire, como nos corresponde, y nada se sabrá hasta que se sepa. El asombro
de Erling Tambs, aquel loco escandinavo que llegó a Cedeira, sigue vigente.
El habla de su barco compárandolo con un caballo o perro
fiel que empieza a envejecer, cuyo afecto leal permanece todavia para el amo
que lo maltrató.
(Texto extraído de http://latabernadelpuerto.com )
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