Llegamos a La Mina (...) “La Mina” es
la gran taberna del “barrio chino”. Porque el distrito quinto, como Nueva York,
como Buenos Aires, como Moscú, tiene su “barrio chino”.(...) Cruzamos la
taberna que tiene dos salidas: la que da a la calle del Arco del Teatro y la
que da al patio de ”La Mina”, en donde están establecidas dos casas de dormir.
La mesa del burro está metida en un cuarto que tiene un tabique de madera
dispuesto a recibir los cristales. No los hay. Por un boquete el “Xato Pintó”
mira cómo juegan al burro. El “Xato Pintó” es el artista del distrito. Se gana
la vida haciendo tatuajes.
El “Xato Pintó” es bajo, grueso, tiene un bigote
pequeño y recortado y cuyos pelos parecen clavos. Tiene una sonrisa de “Gavroche”
de treinta y cinco años.
-Yo nací en la calle de Rammalleras –nos dice el artista de los tatuajes-. Sí, soy hijo del torno. Yo nací en la calle Ramalleras y no sé quién es mi padre, ni quién es mi madre, ni lo sabré nunca. Diez y ocho años estuve entre las paredes de la calle Ramalleras y del Hospicio. Pasé luego de voluntario al Ejército, en donde llegué a cabo y de donde me marché para entrar de dependiente en una casa de comercio de la Plaza de Palacio. Pero me cansé. Yo quería correr mundo y eché por la carretera camino de Marsella. En el puerto de Marsella me conocían y me llamaban l’Espagne. Iba a pedir trabajo al muelle y cuando lo había me gritaban:
-Eh, l’Espagne a travailler! Pero yo estaba
harto de trabajar en el muelle de Marsella. Para eso no tenía que haberme
movido de Barcelona. Un día, llegó un barco alemán a puerto. Esto ocurría poco
antes de la guerra. De polison me metí en la bodega del barco y al cabo de
cuatro días de navegación me presenté al capitán. Yo sólo hablaba español y el
capitán del barco no hablaba ni francés. En cuanto me vio me dio una patada en
el estómago que me echó a rodar por los suelos. Creyóse que yo era francés.
Entrevista al “Xato Pintó”:
los tatuajes se han puesto de moda entre la gente maleante y algunos “snobs” de la buena sociedad
los tatuajes se han puesto de moda entre la gente maleante y algunos “snobs” de la buena sociedad
-Yo nací en la calle de Rammalleras –nos dice el artista de los tatuajes-. Sí, soy hijo del torno. Yo nací en la calle Ramalleras y no sé quién es mi padre, ni quién es mi madre, ni lo sabré nunca. Diez y ocho años estuve entre las paredes de la calle Ramalleras y del Hospicio. Pasé luego de voluntario al Ejército, en donde llegué a cabo y de donde me marché para entrar de dependiente en una casa de comercio de la Plaza de Palacio. Pero me cansé. Yo quería correr mundo y eché por la carretera camino de Marsella. En el puerto de Marsella me conocían y me llamaban l’Espagne. Iba a pedir trabajo al muelle y cuando lo había me gritaban:
Después hicieron conmigo lo que hacen en todos los barcos cuando encuentran a un viajero gratuito como yo, enviarle a la cocina para que coma, porque comprenden que en algunos días no habrá probado bocado y hacerle pelar patatas o trabajar limpiando el barco. Cuando llegamos a Tánger me dejaron en él. Pasé algunos años de mi vida en Argelia, en donde me aficioné al dibujo y aprendí el tatuaje artístico. En Argelia me llamaban el artista. Me educó un moro. Es una cosa muy fácil: con un lápiz-tinta dibuja usted sobre la carne lo que quiere y después lo va pinchando con un mango hecho con dos o tres alfileres. Se queda grabado para toda la vida.
De Argelia pasé de nuevo a Marsella, viajando de polison también, y en cuanto llegué a Marsella me dirigí en otro barco al puerto de Génova.
Llegué a Génova y me metieron en la cárcel. No hay en el mundo cárceles peores que las de Italia. Qué manera de comer y qué manera de tratar a los presos. Las palizas son brutales. No sé ahora cómo será, pero ¡cuando yo estuve!… No quiero ni pensarlo. Rodé de cárcel en cárcel hasta que el cónsul de España en Roma me envió a España.
Y aquí me tiene usted. Me gano la vida haciendo carteles para las tiendas, pintando cocinas y cuartos y, sobre todo, haciendo tatuajes. Lo he puesto de moda. No hay marino, prostituta o invertido que no quiera llevar en el brazo un dibujo o un nombre. Hay marino que lleva todo el cuerpo lleno de tatuajes. Yo me he hecho algunos que me sirven de muestrario. Pero si yo no tuviera necesidad de ello para ganarme la vida, no me lo hubiera hecho.
Los invertidos (Xato Pintó dice otra palabra más
cruda y contundente) quieren todos que les dibuje un corazón; las prostitutas
un dibujo sicalíptico y los marineros el retrato del rey de Inglaterra y de su
mujer o de una sirena. Pero desde hace algún tiempo que hago tatuajes a gente
distinguida. El otro día, un portugués muy rico que vive en Barcelona y que se
llama Ferreira, me trajo a su mujer para que le pusiera en el cuerpo, debajo de
los senos, su nombre y después de haber visto mi obra de arte quiso que le
pusiera el nombre de su mujer en el brazo. Me pagó bien. Mire usted qué dibujo
acabo de hacer sobre el corazón de un sindicalista. Xato Pintó se ha bebido
toda la sibeca y me enseña el dibujo aludido…
Cuando ha terminado el Xato Pintó su charla, le dejamos y
salimos al patio de “La Mina”, la puerta del “barrio chino”. Esta es la puerta
que queda cerrada cuando la policía viene a meter en la cárcel a los
quincenarios. Por ella quieren escapar todos para salir al Arco del Teatro y
despistar. Ya estamos en el barrio famoso que se llena de mendigos al
anochecer.
Francisco Madrid -número uno de la revista El
Escándalo
(octubre de 1925).
Texto extraido de los-bajos-fondos-de-barcelona
Más sobre este artículo en lavaix2003.blogspot.com.
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